La cena de Navidad en México representa un mosaico cultural donde convergen recetas prehispánicas y herencia virreinal, manteniendo platos emblemáticos mientras otros desaparecen de las mesas familiares. Los romeritos con mole, el bacalao a la vizcaína y el pavo ahumado se consolidan como los pilares del banquete nacional, aunque el cambio en los hábitos de consumo y la veda de ciertos ingredientes amenazan con borrar del mapa culinario recetas que dieron identidad a la capital y al país durante décadas.
El corazón de la celebración chilanga palpita con el «revoltijo», nombre original de los romeritos, un quelite que los aztecas consumían con huevos de mosco acuático (ahuautle). Hoy, este manjar se sirve con mole, papas y tortitas de camarón, siendo un agasajo indispensable que sobrevive a las modas. Junto a él, el bacalao, traído por los españoles como plato de vigilia, se ha «mexicanizado» con chiles güeros y aceitunas, convirtiéndose en el rey del recalentado. Sin embargo, el acitrón, ingrediente clave para el dulzor de estos platos, se encuentra en peligro de extinción debido a que la biznaga de la que se extrae tarda hasta 40 años en crecer y su comercio está prohibido, lo que ha forzado a los cocineros a sustituirlo por jícama o ate.
Otras tradiciones se han ido desvaneciendo silenciosamente de la memoria colectiva. El mixmole, un mole de pescado que antiguamente incluía ajolotes y acociles en las zonas lacustres de la Ciudad de México, es hoy casi un mito debido a la protección de estas especies. Asimismo, dulces ancestrales como el alfajor de miel y almendra o el turrón de azafrán, que antaño engalanaban las bandejas de postres, han sido desplazados por opciones industriales o repostería internacional. Incluso la preparación del mukbil pollo en el sureste, que requiere un horno bajo tierra, se ha simplificado por el uso de hornos de gas, alterando el sabor ahumado que dicta la receta original.
El contexto económico y la falta de tiempo en la vida moderna también han pasado factura. Platillos de elaboración laboriosa como los ayocotes (frijoles gigantes) en adobo o la sopa de castañas, que era un clásico de las familias capitalinas de mediados del siglo XX, hoy son rarezas gastronómicas. La preservación de estos sabores depende de las nuevas generaciones, que enfrentan el reto de mantener vivo el sazón de la abuela frente a la practicidad de la comida procesada, asegurando que la Navidad siga sabiendo a hogar y no solo a supermercado.